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¿Alguna vez has sentido gratitud verdadera?

¿Te has sentido alguna vez agradecido por la vida? ¿Alguna vez has dejado, aunque sea por un instante, las huellas de una vida monótona y predecible para sentir un momento de paz? Seguramente en ese momento no sentiste ninguna necesidad y no tuviste prisas, ni ganas de estar en otro lugar o de hacer otra cosa. Porque en esos instantes nos sentimos acogidos por la sencillez de nuestro propio Ser. Y, sin pensar en nada, sentimos amor por todo lo que nos rodea. Todo tan simple, sin ningún artificio, y sin embargo, sagrado, sublime, majestuoso. Y, asombrado, uno se pregunta si ese no sería el significado de estar vivo. Y, en éxtasis, desea eternizar ese momento. Surge naturalmente del corazón, como una oración, un aroma místico como el incienso, que perfuma el ambiente y lo sutiliza, elevándolo a otra esfera. Esta es la expresión del sentido de la gratitud pura y plena.

¿Alguna vez has estado agradecido por algo en la vida? ¿Por el aire que respiras y llena de vida tus pulmones? ¿O por el Sol que te da la luz y el calor en la piel, tan indispensables para la Vida? ¿Por el profundo silencio que todo lo sostiene? ¿Por la alegría de un viaje que comienza? ¿Y por los que te acompañan en el camino? ¿Por sentir una fuerza que te impulsa a querer conocer el sentido de la Vida? Y, en tiempos de sufrimiento, ¿Has sentido gratitud porque todavía hay esperanza? ¿Porque todavía te queda algo de nobleza, algún valor que te diga que debes seguir adelante, a pesar de todo?

¿Alguna vez has sentido gratitud por lo que tienes? ¿Por lo que no te falta? ¿Por la simple capacidad de leer este artículo, que para muchos no es posible por varias razones?

La gratitud

La Gratitud consciente

La gratitud es fruto de la conciencia. Porque sentimos verdadera gratitud solo cuando somos conscientes de lo que nos rodea. Ahora, todos tenemos algo por lo que estar agradecidos. Sin embargo, no necesariamente somos conscientes de ello. Por el contrario, es muy común que veamos la vida desde la perspectiva del ‘menos’. Es decir, como si nos fuera todo muy mal, y tuviéramos que soportar la vida como un martirio. Y, por supuesto, una persona que no se peribe a sí misma, que no ve lo que es y lo que tiene, suele ser ingrata.  Por eso vive sufriendo la tormenta de sus deseos. En otras palabras, de ninguna manera podría ser feliz consigo misma: nada la hace feliz. Efectivamente, el egoísmo, además de volvernos ingratos, todavía resta lo mejor de la vida a través de cálculos matemáticos absurdos.

Armonía en cada pequeña cosa

La gratitud, a su vez, es una expresión espontánea del hombre que da gracias a Dios. o a la vida, a la naturaleza, al cosmos, como queramos llamarlo. Porque siente su Armonía y se reconoce en toda la creación.

En este sentido, la matemática divina es diferente y nos dice que todo está en todo. Por eso, la contemplación de un solo momento en la naturaleza es suficiente para darnos una sensación de plenitud. Meditar escuchando música clásica nos eleva a esferas sublimes e inefables del Ser. El beso del amado nos conmueve y nos llena de éxtasis. Así, todo vibra en armonía para quien sabe observar, escuchar y sentir todo con sencillez y en respetuoso silencio. En pocas palabras, lo que tenemos es suficiente para hacernos felices.

La conciencia, que es divina, nos da la percepción de perfección del universo. Y la gratitud es una oración que responde a la armonía con más armonía. Sin embargo, nunca percibiríamos la armonía del Universo a través de la lente subjetiva y complicada del Ego o “Yo” egoísta.

El yo ingrato

Cuando una persona se pone por encima de todo, exigiendo todo lo que está de acuerdo con sus caprichos y expectativas, el mundo parece estar en un caos. Y la vida es amarga e insoportable. De hecho, cuando estos son los intereses que gobiernan a la persona, él mismo contribuye a hacer un infierno de su mundo. Esto se debe a que su yo ingrato lo hace inconsciente. Y de lo real, solo percibe una parte incompleta y muy limitada.

Por esta razón, se dice que la conciencia está atrapada dentro de  los defectos psicológicos, como la ingratitud, el egoísmo, el odio, y tantos otros. Entonces percibimos lo real condicionado por la visión limitada y egocéntrica de muchos yoes egoísta. Por tanto, el resultado suele ser el error que produce dolor. Así, el yo ingrato nos lleva, de una forma u otra, a experimentar la ingratitud porque no nos deja ver la realidad de la riqueza que poseemos.

Por otro lado, la conciencia libre es como el niño. Es decir, es muy simple y sensible a las cosas que lo rodean. Por eso, la conciencia nos da una sensación de asombro y verdadera percepción del mundo y de nosotros mismos. En otras palabras, nos da la capacidad de sorprendernos con las cosas triviales de la vida. Sin embargo, dado que la Vida es un misterio que ningún humano ha logrado desentrañar, ¿qué es lo trivial? Viendo las cosas así, todo en la vida adquiere un sabor especial y sorprendente, único. Porque nuestra conciencia es divina y su interés y curiosidad lo abarca todo.

La falsa Gratitud

El “yo” ingrato incluso podría fingir estar agradecido por cada pequeña cosa en la vida. Y, para colmo, incluso hay quienes hacen de la gratitud una religión falsa. Es decir, profesan a los cuatro vientos que el sentimiento de gratitud es suficiente para conducirnos a Dios. Y esa falsa gratitud es una forma de hacer sentir su personalidad. Ostentando que esta personalidad es espiritual, maravillosa y trascendida. Para ello, utilizan muchas poses de santidad, miles de mensajes coloridos y declaraciones positivas para mostrar a los demás. Sin embargo, muy a menudo toda esta imágen no es coherente con la forma en que la persona piensa, siente y actúa en su intimidad.

Es hermoso mostrar gratitud cuando todo en la vida va de mejor a mejor. Sin embargo, muchas veces, basta con esperar un poco más en la cola del supermercado para que la persona se llene de impaciencia. O quizás, que la manera un tanto grosera de la cajera es la gota que desborda un pantano de muchas emociones negativas reprimidas y acumuladas.

A veces, poco es suficiente para llevar a una persona a escenas patéticas de telenovelas. Luego, comienza a tomar en cuenta todo lo que los demás le deben y la cantidad de disgusto que se ha guardado para sí mismo en la vida. Más tarde, malhumorada, resentida y llena de odio, empieza a quejarse y a maldecir todo, cantando una canción psicológica muy triste. Entonces, ¿dónde quedó la gratitud?

El sentido de la gratitud

Razones para estar agradecido

La gnosis nos enseña que en nuestro propio Ser encontramos todas las compensaciones que necesitamos por las dificultades de la vida.

Si en los momentos difíciles de la vida, en lugar de quejarnos, aprendemos a recordarnos a nosotros mismos. Y si, experimentando dificultades, en lugar de simplemente enfatizar la percepción limitada de uno mismo, aprendemos a ser inspirados. Entonces, dejaríamos el abismo de muchos estados de profunda tristeza, estrés, amargura y depresión.

Para ello, no es recomendable perderse en los laberintos delirantes de una mente que quiere resolver problemas que escapan a su alcance. Entonces, tenemos que ser prácticos. De esta forma, basta con encender un incienso, poner buena música y sentarnos en un ambiente tranquilo para relajarnos y meditar. O que nos retiremos a dar buenos paseos en la naturaleza. O que leamos algun libro de verdadera sabiduría, o cultivar algún tipo de conversación sublime. Jugar al ajedrez, hacer algún tipo de ejercicio físico, recitar mantras sagrados, reorganizar nuestra propia casa, etc.

O simplemente reflexionar sobre las diversas razones por las que somos afortunados y, por egocentrismo, no nos damos cuenta. Si no podemos comer lo que nos gustaría, hay quienes solo comen lo que encuentran en la basura. Si no nos dan el respeto que merecíamos, hay quienes son rechazados solo por el color de su piel. O porque su ropa tiene una marca indeleble de pobreza. Y si tenemos que esperar mucho por nuevas oportunidades para mejorar nuestra vida, hay quienes solo tienen que esperar la muerte, en un lecho de dolor agudo y amarga decepción.

Cómo despertar el sentido de la gratitud

El estudiante gnóstico busca y cultiva una sabiduría trascendental que está mucho más allá de la mente y los afectos. Por esta razón, aprende a extraer sabiduría de eventos agradables y desagradables. Para él, todo es aprendizaje. Sin embargo, nunca aprendería de la vida si se identificara con los eventos de esta. Ahora, todo lo que fascina, que estimula la pasión, lleva al olvido de uno mismo. Por esta razón, la disciplina del estudiante gnóstico es el recuerdo de sí.

“Observar la propia forma de hablar, reír, caminar, etc., sin olvidarse de uno mismo, sintiendo ese yo interior, es muy difícil y sin embargo básico, fundamental, para lograr el despertar de la conciencia”. – Samael Aun Weor.

En recuerdo íntimo de nosotros mismos, recordamos que todo pasa. Nos damos cuenta de que la vida es una película, y que las dificultades son escenas donde el actor, es decir, el “yo”, se manifiesta para vivir sus dramas, tragedias y comedias.

Trabajar en nosotros mismos hace que se produzca un cambio. Entonces, nuestra conciencia se despierta a lo real y sentimos una felicidad que antes desconocíamos. Por lo tanto, despertamos un sentido de gratitud.

Aquellos que son verdaderamente conscientes de sí mismos no pueden darse el lujo de quejarse de la vida. Entonces pueden decir que realmente sienten gratitud. Seremos agradecidos, sólo si somos capaces de afirmar con franqueza y sinceridad, ante las muchas desgracias de la vida, esa solemne frase bíblica: “JEOVÁ da, JEOVÁ quita. Bendito sea JEOVÁ”.

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