La vida, como una emanación divina, se deposita en todas partes, dispuesta a germinar y colaborar con la naturaleza en sus múltiples elementos y procesos de evolución.Está científicamente comprobado que los elementos que llamamos muertos, como la materia o los cuerpos, ya sean humanos, animales o vegetales, son organismos que, después de la muerte, sufren descomposición y desintegración. Así se libera la energía que existía en ellos para que funcionara ese organismo. La naturaleza es tan pródiga que no deja espacio en la tierra sin estar cubierta por un tipo de vida u organismo, para satisfacer esta necesidad de la epidermis de nuestro planeta.
Es necesario saber y comprender que Dios y la naturaleza necesitan los cuatro elementos para cumplir esta enorme misión de dar vida. Todos conocen estos elementos que se mueven en diferentes lugares sobre la Tierra, y en ella misma, y que existen en cada uno de nosotros. Cumpliendo el inmenso trabajo de estabilizar las diferentes manifestaciones de Dios-Vida.
Esta materia puede medirse científicamente en volumen, peso, sustancia y vibración. Se pueden realizar análisis de la cantidad y capacidad de nutrientes que tiene y detectar sus deficiencias: esto lo hace principalmente el agricultor, que quiere sembrar ciertos productos agrícolas en la tierra y, ciertamente, obtener buenas cosechas.
La naturaleza ya ha realizado este estudio y tiene, por ejemplo, en suelos ácidos, un tipo de vegetación; en suelos que carecen de calcio, nitrógeno o fósforo, una vegetación que puede adaptarse a este tipo de terreno, y así sucesivamente. Los humanos podemos modificar las tierras con métodos artificiales, para que sean adecuadas para la plantación que queremos llevar a cabo.
Podemos sacar cantidades de un río, mediante bombas u otros dispositivos, para regar nuestros cultivos, para acueductos, incluso se puede cambiar el lecho de un río. Se sabe que la vida surgió de las aguas; hay algunos textos que ilustran esto. Las Sagradas Escrituras dice que en el principio el mundo estaba cubierto de aguas y tinieblas: fue entonces cuando el Creador ordenó que las aguas se separaran de las aguas, formando los mares, ríos y arroyos.
Si el agua es tan importante para la vida orgánica y, como ya dijimos, la vida surgió del agua, no es una excepción que ocurra lo mismo en nuestro interior.
En la navegación ocurre un fenómeno que los marineros conocen muy bien: al viajar en un bote de vela, en dirección sur, pero el viento va hacia el norte, es necesario manejar las velas, para aprovechar su fuerza en la dirección opuesta.
Esto nos muestra que podemos aprovechar las fortalezas de este elemento para beneficiarnos de él. En la navegación aérea sucede lo mismo, vemos cómo el aire es capaz de soportar un enorme avión de doscientas o trescientas toneladas.
Podemos observar que una vela, por pequeña que sea, tiene una llama mínima que se sustenta fijamente; si comparamos esta llama con el fuego que mueve una locomotora o una planta termoeléctrica, encontramos que es el mismo fuego.
Estimado lector, ¿se detuvo a preguntarse cuál es el fenómeno oculto que ejercen estos cuatro elementos de la naturaleza? Los ocultistas saben que la energía o vibración contenida en ellos se llama Dios.
El Elemento Tierra, en su parte oculta, tiene su alma y vida en abundancia, estos son sus elementales, los gnomos y pigmeos, obreros de la tierra que elaboran y generan esta energía. En el agua, estas criaturas se llaman Ondinas y Nereidas; en el Aire, Silfos y Sílfides; en el fuego, salamandras del fuego.
Como ya hemos dicho, el hombre puede desarrollar sistemas para servirse de estos elementos en las diferentes actividades de la vida. Solo necesita medir con precisión la cantidad o el volumen del elemento que va a utilizar. Por ejemplo, la luz de una vela no mueve una locomotora, el aire que mueve un ventilador no hace andar un bote.
El agua que tenemos en una bañera no se puede utilizar para hacer funcionar una turbina hidroeléctrica. El potencial de la tierra en la que sembramos una planta no es comparable al de una hectárea de la misma tierra.
La presencia de Dios en estos elementos es lo que hace que, tanto en la naturaleza externa como en el planeta o en nosotros, la vida sea fecunda.