Antropología
17 diciembre, 2018La Revolución Interna
“Una cosa es ser libre y otra cosa es tener libertad”.
Aquel que deambula siempre en las mismas situaciones, buscando complacer una y otra vez sus deseos, ¿se halla libre? ¿Es libre quien tiene temores e inseguridades? ¿Y el vicioso? ¿Qué hay de aquel individuo que es incapaz de dominar un ataque de ira? ¿Acaso es un ser libre?
Todos ellos, todos nosotros, poseemos la facultad de la libertad. Cotidianamente no se nos priva de elegir lo que queramos. Disponemos, entonces, de libre albedrío. Pero, ¿es esto sinónimo de ser individuos libres?
Nuestras cadenas son internas. No existe nada externo que pueda atarnos, si en nuestro interior no tiene su analogía, su correspondencia. Nada ocurre ante un insultador si, dentro de nosotros, no se genera una respuesta ante su ataque.
Todas nuestras decisiones, todas nuestras creaciones, todas nuestras acciones… comienzan en el interior. Allá, en ese mundo tan vasto como enigmático para nosotros. Ese universo propio y personal del que, prácticamente, nada sabemos. Y, sin embargo, cuán importante es. Si de él vienen todas las manifestaciones externas, ¿qué es el mundo que vemos sino un resultado de aquel que no vemos? De aquel que sentimos, de aquel que nos lleva, de un lugar a otro, de una circunstancia a otra, sin saber el cómo ni el por qué… sólo obedeciendo.
¿Somos dueños de nuestra propia vida? ¿Somos dueños, con voluntad y firme propósito, del rumbo que lleva nuestra existencia? ¿O será que los vientos del exterior nos han convertido en criaturas volubles que reaccionan a todo estímulo sin un verdadero control?
Una simple pregunta puede respondernos a este interrogante: ¿Somos capaces de dejar de pensar en cualquier momento que deseemos?
La respuesta es negativa. No poseemos dominio sobre nosotros mismos. No somos los dueños y señores de esta casa habitada. La tenemos, nada más, junto a la libertad de decidir lo mejor o peor para ella. Pero, influenciados por fuerzas desconocidas, nuestro juicio es condicionado, no somos libres ni objetivos en nuestras decisiones.
Para ello, para llegar a serlo, se necesita la revolución.
Revolución es rebeldía, levantamiento contra un orden establecido, contra una forma que se ha impuesto sobre algo o alguien.
¿Para qué buscar en el exterior aquellos conflictos y formas contra las cuales rebelarse, si el origen de todas ellas se halla en ese mundo interior del que todo lo desconocemos? Ese mundo en el que somos ciegos con buenas intenciones, deambulando sin rumbo propio. Ese mundo que necesita una revolución que le proporcione la liberación de todas aquellas ataduras que nuestras costumbres, nuestro propio orden establecido, han generado en nuestra existencia a lo largo del tiempo y de las circunstancias.
Todos los sistemas que nos atan a nuestras inseguridades, apetencias desenfrenadas, vaguedades, defectos y sufrimientos no provienen del exterior, sino de nuestro propio mundo interno. Lo que vemos fuera es sólo la manifestación de lo que existe dentro. Dentro de todos nosotros, dentro de todos y cada uno. ¿Quiénes componen este mundo descompuesto sino nosotros? ¿Quiénes hacen, con su existencia, que el mundo sea un lugar mejor o peor?
Sólo nosotros podemos liberarnos de nuestras propias cadenas. Nadie puede hacerlo por uno mismo. Pero para ello es necesario saber, primero, que se está encadenado… y que nosotros somos los poseedores de la llave que abre toda cerradura.
Si el individuo es libre internamente, entonces no habrá prisión que pueda tomar su libertad.